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VILLA VIENTO

Fragmentos del nuevo libro que pronto verá la luz del polifacético Andrés Caparrós.

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VILLA VIENTO – Escena 27

© Andrés Caparrós

Por increíble que parezca, y que sea, Alfonso Chicán se vanagloriaba de su condición de descendiente de Alfonso Chicán, El Suicida. El bisabuelo alcanzó justa fama ideando y probando métodos para acabar con su vida. Como era analfabeto, intentó legar sus invenciones a la posteridad a través de la tradición oral, y se aplicaba concienzudamente en la explicación a quien tuviera delante, sin afán discriminatorio alguno, pues por muy cerril que fuese el interlocutor, algún detalle recordaría y, al fin y al cabo, cualquier versión, por muy tergiversada que pasara de boca en boca, serviría para mantener y aún acrecentar la dimensión de su leyenda como genio creador en el arte del adiós a la vida.

Como condición previa, aquel glorioso ancestro del bueno de Alfonso, determinó que no contaban las consabidas en La Villa y alrededores. No repetiría la hazaña de Mariano El Torito, apodo bien merecido por su afición a embestir a árboles, farolas y, especialmente, a aquellos que lo contrariaban en cualquier riña de taberna. Mariano finó sus días en una sentada de higos chumbos. Le gustaban a rabiar, es de suponer, y quizás por curiosidad, decidió un día de rabioso sol agosteño echarse al coleto cuatro espuertas bien servidas, sin espinas, porque no era cosa de rasgarse el gaznate. Al ir acabando la segunda espuerta empezó a sentir cierto hartazgo, estaba en el punto del retorno. Pero su curiosidad natural, y la expectación suscitada, que había ido en aumento a cada nuevo chumbo ingerido, llegando a agrupar en la puerta de su casa casi a la totalidad del vecindario, le animaron a seguir con su empeño, no fuera que alguien pusiera en duda su determinación suicida. Y lo logró...     

      LA ESQUINA DEL VIENTO

Andrés Caparrós.
 
AVISO PARA NAVEGANTES

O sea, para lectores; que leer un libro es una forma de navegar con rumbo desconocido presintiendo que cada ola –cada página- nos acerca inexorablemente al límite del horizonte, allí donde habita el  misterio que el libro nos propone, y donde está el puerto final.

El autor confiesa su sorpresa y desconcierto ante los requerimientos de estos personajes. Mientras los está soñando, creando, percibe su rebelión, su propósito firme de imponer la trama con el criterio individual y colectivo que desde ahora se vislumbra. Todos le exigen el respeto de un retrato previo adecuado; y que se deje guiar. El autor querría escribir una novela, fabular a partir de retazos de memoria o imaginación, y en este punto lo embarga el temor de que no sea fácil cumplir su deseo. Piensa que la tiranía de estas criaturas, todavía en la incubadora, podría ser un inconveniente; o una ventaja, ?quién sabe cómo irá desarrollándose la aventura apasionante que es la gestación de un nuevo libro?. Acaso encuentre en la vitalidad de sus llantos de recién nacidos, las claves y el estímulo para avanzar en sintonía con ellos, aceptando la servidumbre de ser un mero escribano, notario de sus designios. ?Cuáles son esos designios? ?Cómo les gustaría que fuese configurándose esta historia? Y, sobre todo, ?podrá un escritor novato  y tardío cumplir su cometido de forma aseada y suficiente? Veremos. De momento, vale decir que La Esquina del Viento es una galería repleta de personajes entrañables. Conózcanlos, por favor.

        UNO

Es lunes, y Raulito Peláez debutará el próximo sábado en el Teatro Lora de Punta Cárdena. Se espera que lo haga con un buen espectáculo; no puede ser de otro modo, tratándose de la nueva estrella de la copla que visita el pueblo por primera vez después de su lanzamiento en el programa “Cantando se va a la fama” que dirige y presenta desde Barcelona Emiliana de la Loma, en Canal 8TV. La canción, “No puedo enamorarme de ti”, lleva semanas siendo número uno en ventas y se oye a todas horas en las emisoras de radio musicales. El revuelo es grande en el pueblo, y más, en el anejo La Esquina del Viento, donde se crió Raulito y donde nació veinte años atrás. Las fachadas de sus casas muestran los carteles anunciadores con la fotografía del triunfador local rodeado de las de los componentes de su compañía. Los habitantes de la pequeña colonia marinera hacen planes para ir al evento, sin perder demasiado tiempo en comentarlo entre ellos; no tanto unos como otros, son poco habladores, como se irá sabiendo.

·        Le veo con ganas de pasar lista.

·        ?De verdad?

·        Puede que no sea mala idea ir presentando el universo donde surgió la “estrella refulgente y sonora.”

·        Oiga, no es por nada, pero me parece que está usted plagiando a Unamuno.

·        Ya me cuidaría yo de hacerlo adrede.

·        Vamos al grano, por favor.

 

DOS

 

Porque jamás se le oyó decir “esta boca es mía”, se pensó de Rafael que no estaba en sus cabales. Ni saludar saludaba, si podía evitarlo; y eso, sólo con leve movimiento de cabeza, no siempre acompañado de una sonrisa leve de reconocimiento. Anda cerca de los setenta, y va para veinte años que apareció por estos pagos. La gente no tardó en hacerse a todo lo que era propio en él: su voluntario aislamiento, su desaliño indumentario, su mochila tachonada de postales, su gesto, entre indiferente y distante, su silencio tan tenazmente guardado... Algunos piensan que es mudo, pero la mayoría considera que eso no tiene fundamento.

·        No mira como los mudos.

·        ?Y cómo miran los mudos?

·        Sus ojos son menos expresivos.

·        ?Seguro?

·        O lo son de distinta forma. Sus miradas escuchan mientras que sus manos hablan.

Ojos receptores, dedos parlantes, emisores. Es cierto que los mudos acomodan su mirar a la gestualidad del prójimo, cazando lo que decimos al vuelo de los labios. No era el caso. El Mudo no parecía estar interesado en lo que pudiera decir, de una u otra forma, persona alguna; no había, ni hay, esa avidez en sus ojos. Lo que significa que oye sin dificultad, si bien, da prioridad a voces y conversaciones que tienen lugar en un ámbito recóndito porque es ahí donde parece latir la vida que le importa; la vida íntima, indivisible y sólo suya.

No se sabe mucho de él. Arsenio, el cartero encargado de traer la correspondencia recibida en la estafeta de Punta Cárdena, reveló su nombre, y eso, acuciado por la insistencia de unos u otros: Rafael Fuentes Mingorance; nada más. Cualquier otro dato quedó prohibido expresamente so pena de protestas o quejas formales ante quien pudiera corresponder. Pero hasta ahora, no ha habido lugar. Por respeto o indiferencia, los habitantes de La Esquina no indagan demasiado, les basta ver que el hombre va a lo suyo correspondiendo al hecho de no ser molestado con el deseo de no importunar a nadie. Una vez por semana, o así, se acerca al caserío para aprovisionarse de la comida que necesita. Manuel, el tendero, o su mujer, Micaela, se hacen cargo de la lista de la compra que despachan sin  apenas mediar palabra. Una vez reunida sobre el mostrador, viene el ritual de colocar cada cosa en el hueco más conveniente, de forma que quepa todo en la mochila verde con profusión de “vistas rectangulares”, ajada por los años que van pasando y por el uso que va teniendo, en infinidad de caminos durante su anterior vida andariega, o por aquí ahora, llevándola siempre a cuestas como si se tratase de una corcova que parece aumentar y hacerse más pesada cada día. Los escasos cincuenta vecinos están de acuerdo en que la citada mochila es un rasgo más, y relevante, de la misteriosa personalidad de este hombre al que  no es frecuente ver sin ella.

·        Le tendrá cariño.

·        O que no anda sobrado de caudales.

·        O que le gusta echarse el mundo a la espalda.

·        También puede ser.

Los comentarios se producen, cuando se producen, casi con desgana, por pura rutina, por inercia y, desde luego, sin mal ánimo, pues reconocen que el silencio  de Rafael “el Mudo”, esa rareza tan suya, lejos de hacerlo diferente, lo asemeja al resto de la pequeña comunidad de medio locos que habita La Esquina del Viento.

Porque, debe de ser verdad lo que se afirma del viento y de la gente; de cómo conforma la mente de los pobres hombres haciéndola inestable, huidiza, “escapista” diría El Begoño, e invadiéndola con su imparable mensaje sibilante. Pocos están libres de esa marca y allá donde van dan fe de su procedencia, en la chispa venática que inesperadamente asoma a sus pupilas.

No fue el viento lo que lo trajo a esta esquina del sur de España; salvo que admitamos la licencia de que un rumor es como el viento. Así, errático e imprevisible, el rumor lleva hechos, noticias, nombres que, de boca en boca, van y vienen, siendo objeto más de la maledicencia que de la buena voluntad de las gentes. No fue el viento lo que lo trajo pero es el viento lo que lo retiene, ?qué cosas!

Pesa la mochila, y Rafael el Mudo hace un alto en el camino. No es mucho el que une o separa La Esquina de su pequeña casa, dos kilómetros apenas; pero nadie lo espera y su espalda le pide un respiro, de manera que se sienta en el punto de la equidistancia, más o menos. Suele ser el mismo sitio; un pequeño otero desde el que se ve bien la mar sin que el oleaje impida la rumia de sus secretos pensamientos, ni siquiera cuando los embates del temporal son más fieros. Se ha hecho a la rutina del silencio y la soledad. O, ?tal vez esa esta rutina lo ha rehecho a él?

·        Habrá quien piense que ese silencio y esa soledad, son muros.

·        Refugios.

·        Lugares en los que esconderse.

·        A saber de qué.

·        A saber por qué.

Se diga en voz alta o no, lo cierto es que la mudez verdadera o fingida de Rafael Fuentes Mingorance, así como la reserva en su relación con los demás, da lugar a especulaciones en buena medida contradictorias. Para unos, lleva dentro un misterio indescifrable o inconfesable, y el revelado por el cartero, seguro que no es el nombre auténtico. Para otros, acaso los más crédulos, era un trotamundos que, cansado de vagar y vagar durante años, un día cayó en la cuenta de que lo que buscaba no andaba lejos de su mochila, y que, a fin de cuentas, cuando se echó a los caminos en pos de sí mismo, lo hizo porque, probablemente, ya se había encontrado. Aseguran que fue entonces cuando se asomó a uno de los mil mapas que había ido usando en sus numerosos peregrinajes, y que así se encontró con La Esquina del Viento. El tamaño diminuto de la letra y más que nada, el nombre, le hizo pensar que se lo habrían puesto por algo, y dando por hecho que no sería un lugar muy poblado, decidió quemar por aquí lo que le quedara de vida. No se arrepiente; aunque hay veces que no es capaz de esquivar los recuerdos, algunos de los cuales aparecen sin ser convocados, implacables como perros de presa. Aseguran que es entonces cuando tarda tanto en aparecer o se le ve tan taciturno.

Ajeno a tales cavilaciones del personal, El Mudo va y viene, viene y va a sus soledades.

·        Oiga, eso suena a Lope de Vega.

·        Sí señor, de La Dorotea.

·        ?Cómo era?

·        Cómo es: “A mis soledades voy,

                      a mis soledades vengo,

                      porque para andar conmigo

                      me bastan mis pensamientos.

                      No sé qué tiene la aldea

                      donde vivo, y donde muero,

                      que con venir de mí mismo,

                      no puedo venir más lejos”.

·        Así que, Dorotea.

·        Ni más ni menos.

·        Parece el nombre de una santa antigua.

·        Pues, no lo era tanto, fíjese.

·        ?Santa o antigua?

·        No me distraiga, por favor.

Si Rafael ha leído o no la obra de Lope, no viene al caso; pero cualquiera puede ver que parece estar repitiendo siempre, mentalmente,  esa cantinela.

En este preciso instante reanuda el camino pensando en la noticia de la semana. Acaba de ver los carteles exhibidos en la tienda de Manuel y Micaela. También él siente curiosidad; y es cosa rara, lleva mucho tiempo sin interesarse por nada ni por nadie.

Se levanta. Deben ser casi las dos de la tarde y aviva el paso lo que puede, no es mucho; nadie lo espera, pero tiene apetito. La mar está en calma

Desde su bote, el pescador lo saluda agitando los brazos y él corresponde como es menester. No han sido pocas las veces que el marinero ha tenido a bien llevarle pescado a su propia casa. Nobleza obliga al saludo y al agradecimiento.

       

        TRES

 

Son raros los casos en que el director de la emisora, Francisco Guerrero, entrevista a los intérpretes que acuden a diario a Mundolé Radio para promocionar sus discos. El éxito de Raulito, es una de las dos justificaciones de esta excepción. “No puedo enamorarme de ti” arrasa en todas las listas de ventas de España y Guaia Recors, la compañía discográfica, ha iniciado ya la campaña de lanzamiento en hispanoamérica.

En su calidad de director, Guerrero debe cuidar el negocio, pues, según lo impuesto por la cadena de mayor audiencia, un considerable tanto por ciento de los derechos de editorial y royalty, se quedan en la caja de la emisora o de las empresas del holding creadas al efecto. Buen bocado, sin duda, como contrapartida del apoyo nacional al disco que, según lo pactado previamente, permanecerá durante seis semanas en el número uno de los populares “supermegabombazos” y eso por “votación popular”, desde luego.

En cuanto a la segunda razón de la especial atención personal del director, hay que buscarla en la rumoreada ambigüedad sexual del nuevo ídolo musical, lo que tiene su morbo para un notable, y notorio homosexual confeso como Guerrero. “Si un coronel del ejército lo ha hecho, ?por qué no yo que fui un simple soldado de infantería de marina?”, pensó un día abriendo de par en par las puertas del armario. Desde entonces es igual de maricón pero se siente más libre y más feliz.

·        “No puedo enamorarme de ti”. ?Por qué Raulito? –primera pregunta, de manual.

·        Es una canción. No todas tienen que  ver necesariamente con lo que el autor o intérprete siente.

·        Pero no niegues que está llenita de mensajes subliminales.

·        ?Ah, sí? ?Dónde y cuales?

·        Está claro; hablas de tu secreto, de un destino que no te lleva sino que te aleja de ella, de que sus besos deben buscar otros labios...

·        ?Te has fijado bien en mí? –Raulito ríe con una risa que lo mismo puede ser cortina de humo que capotazo torero- Soy el chico más feo del mundo. Tal vez componga otra canción, sería la segunda parte de ésta y se titularía algo así como, “Es imposible que te enamores de mí”.

Ahora ríen los dos.

·        Según cuentan tienes una gira muy movida.

·        Para ser la primera, muy movida, sí; quizá, demasiado.

·        Con veinte años, uno puede con todo, no te quejes.

·        No, no, al contrario. Estoy loco de alegría, no me lo puedo creer. Lo que quiero decir es que me preocupa que algo no salga bien y el público quede defraudado. Tú sabes que una cosa es grabar un disco metido en un estudio donde puedes repetir mil veces hasta que quede perfecto, y otra muy distinta, ponerte delante de la gente, con el vértigo que a mí me da eso. Espero que el canguelo de las vísperas se me vaya pasando con el tiempo. Sinceramente, creo que me la juego en  cada actuación. Me da auténtico pánico no estar a la altura, que pueda malograrse mi carrera. Ser cantante es lo que siempre he soñado.

·        Exajeras, Raulito. Muchos de nosotros te hemos visto ya en televisión donde has demostrado que hay mucha madera en ese corazón coplero que tienes. ?La próxima actuación?

·        El sábado me esperan en mi pueblo, Punta Cárdena, imagínate.

·        Seguro que la expectación es enorme.

·        Mira –muestra sonriente la mano con los dedos cruzados-  Ojalá que mis paisanos queden contentos.

·        Suerte, Raulito.

·        Gracias a ti y a Mundolé Radio.

Sube a primer plano la canción.

 

CUATRO

Ya de pequeño apuntaba maneras; y especialización, más que nada. Tanto era así, que don Fulgencio Manzano Sánchez, el maestro natural de Molina de Segura, Murcia, lo llamó un día “Ulises”, ateniéndose a la reiteración con que el chaval dibujaba sirenas. Probablemente, don Fulgencio explicó entonces por qué rebautizó con ese nombre al bueno del Clementico; pero a estas alturas, nadie se atrevería a jurar que así fue, ni falta que hace. Clementico, El Ulises, es pescador y pintor. Hay quien dice que lo uno y lo otro guarda relación; se hizo pescador porque siendo muy niño oyó una voz que venía de la mar en un siroco de aquí te espero que entraba por las ventanas, abiertas de par en par porque aquel verano hizo un calor del copón bendito, y se pegaba a los cuerpos desnudos insaciable como una lengua ardiente de lujuria.

“?Clementicoooooo!”, dicen que dijo que le dijo aquella voz de mujer, en un susurro que no ha olvidado porque rara es la noche  ventosa que no lo llama, “?Clementicoooooo!”, más, y más claro, cuando el silbo procede del desierto.

El Ulises, tiene los dedos gruesos y cortos, encallecidas las dos falanges primeras del dedo índice de la mano derecha, de tanto aguantar ahí el tirón desesperado de sus presas. Como él dice, con el palangre, el chambel o la potera, hay que poner el corazón en esos cuatro centímetros de la mano derecha, conectar y templar en ellos la propia impaciencia procurando la rendición pronta y segura del calamar o cualquier otra pieza.

Ese encallecimiento de los dedos pulgar e índice de la mano derecha, no dificulta sino que facilita la tarea pictórica pues los pinceles pesan como plumas, y no mengua la inspiración, que depende más de los arrebatos del alma, lo que demuestra el hecho bien sabido de que hay artistas que no pudiendo usar sus manos pintan con los dedos de los pies, o con la boca, obras de considerable mérito.

Suele pescar solo porque en su fuero interno abriga la esperanza de  que un día aparezca su sirena y tiene por seguro que si tal ocurriera, sería impertinente toda presencia que no fueran él y ella. Es más, por la forma en que lo llama se nota que no espera ni quiere a nadie más en esa convocatoria, en esa cita de amores a mar abierta.

Tiene un hermano, Juan, que anda navegando en un barco vasco. Clemente vive con su madre. Y se mantiene célibe.

-    Nunca ha habido por aquí demasiadas mozas.

-    Apetecibles, muy pocas.

-    En verano sí.

-    Es cierto, en verano, sí, ya lo creo. Pero esas se van como vienen.

-    Igual que el viento.

-    Eso.

-    Tampoco El Ulises fue gran cosa en sus años jóvenes.

-    Menos, ahora.

Y aunque lo hubiera sido. Sencillamente, no estaba por la labor. Aquel requerimiento de las sirenas le entró hondo; de tal manera que vivir como vive, siempre en vela y en vilo, imposibilita cualquiera otra manifestación de emotividad amorosa.

En cuanto a su edad, está entre los cincuenta y sesenta, o sea que empieza a crujirle el esqueleto. Se nota cada vez que tiene que subir o bajar de la barca, o al amarrar los cordones de sus zapatos si algún domingo se viste de fiesta. Vestirse de fiesta se reduce a eso, ponerse los zapatos, siempre nuevos de tan  poco usados. Hace años que nadie lo ha visto sin sombrero o sin gorra. La gorra, para pintar; el sombrero, para pescar. Tiene prevista la eventualidad de que un golpe de viento quiera arrebatárselo: un barboquejo concienzudamente cosido le garantiza que ningún viento se saldría fácilmente con la suya. Barba larga muy poblada, encanecida casi en su totalidad. La recorta una vez al año y eso, si llega a cubrirle el tercer botón de la camisa. La espalda, humillada, delata que sus cervicales ya están siendo bloqueadas por la artrosis, aún liviana pero progresiva.

Rosario Bermúdez, la madre, enviudó joven. Un temporal hizo pedazos el pequeño barco que todavía estaban pagando. Pedro Solo, el marido, y Ceferino Obregón se ahogaron sin remedio. Aunque eso sólo quedó demostrado en el caso de Ceferino ya que su cuerpo apareció a los tres días, como suele suceder, a quince o veinte kilómetros más al sur. De Pedro, ni rastro.

-    Ahí está otra vez.

-    No falla cada vez que la mar viene mala.

-    Cincuenta años ya.

-    Y el mismo farol.

-    ?Seguro?

-    Juraría que sí.

Por lo demás, su comportamiento era normal, todo lo normal que se puede esperar de los habitantes de La Esquina del Viento. Es el levante lo que la aloca removiéndole la solera de sus recuerdos de la tragedia de tal manera, que, presintiendo que el marido está en apuros, coge el farol, siempre prevenido y con la mecha bien aceitada, y acude a la playa con paso apresurado sin que el hijo haga nada por retenerla. Ningún médico le aconsejó qué hacer en estos casos pero él sabe que impedir el avenate sería contraproducente, de modo que la deja ir, estando atento, eso sí. Con el farol encendido, yendo y viniendo sola por la orilla, pasaría las noches enteras, como hacía de más joven. Ahora, su hijo Clemente, El Ulises, la acompaña por cuidar de ella y, de paso, por oír mejor la llamada que tanto espera.

-    ?Clementicooooooo!

Al cabo de un rato, regresan; entristecidos y, aún así, esperanzados. Quizá la próxima tormenta les devuelva al padre.

-    Podría ser -piensa la anciana Rosario.

-    Seguro que las sirenas lo tienen entretenido –apuesta el hijo, ajustándose la gorra y cubriendo con su abrazo los hombros de la madre.

Lleva toda la mañana pescando; intentándolo, al menos. Hoy, ni piensa en obsequiar al Mudo al que acaba de saludar cuando reanuda la marcha una vez acomodada en sus hombros la mochila. A pesar de la distancia, unos doscientos metros, lo ve cojear, renco de la pierna izquierda –“la cosa va en aumento”, se dice, sintiendo un impulso solidario.

-    Será que se compadece de sí mismo.

-    Es verdad que tampoco él está para correr en las olimpiadas.

-    Ni falta que hace.

Tan característico como la gorra para pescar, el sombrero para pintar, o la mismísima barba, es un pequeño transistor que acomoda en cualquier bolsillo de la camisa o el pantalón. Acaba de oír con mucha atención, es natural, a Raulito el hijo de La Chana. Le hubiera gustado que hablara de La Esquina en lugar de, o antes, o después de Punta Cárdena. “Habrá que ver cómo se lo toma el personal”, piensa mientras se dispone a finalizar la mañana de pesca. Clementico Solo, El Ulises, es uno de los pocos hombres de La Esquina en cuyo interés por ver a Raulito Peláez no hay razones ni temores de posible consanguinidad, si no es el hecho de que su madre y la abuela del artista son primas lejanas. Mientras recoge el chambel, con cierto desánimo por la escasez que ha reunido en la redeña, piensa si Arsenio habrá traído las tres entradas que le encargó nada más enterarse del acontecimiento que se avecina.

          CINCO


El comisario Luis García Ridao es un hombre de mediana estatura, complexión robusta, sobria elegancia en el vestir, si bien no maneja un gran ropero; con dos o tres trajes se viene apañando toda la vida. Le tiene un cariño extraño, desmesurado, a la corbata y los sombreros. Corbata, una; a rayas azul marino y blancas, la misma, truene o no truene; sombreros, dos: uno para los fríos y la lluvia; para los sofocos veraniegos, el otro. Es persona moderada y lúcida, poseedora de autoridad natural, fino observador del prójimo. En general no cree que la maldad del delincuente sean consustancial con su naturaleza; está convencido de que si el ochenta por ciento de los delitos tienen relación con el tráfico y consumo de drogas, habría que castigar más a los políticos que no saben o no quieren enfrentarse a este enorme problema, que a la infinidad de drogodependientes que roban lo que pueden cada día para ir sufragando el gasto por la compra de las sustancias que los esclavizan. Es un hombre respetado por sus colegas y subordinados. También,  por muchos de los rateros a los que ha enchironado a lo largo de su vida, pues, salvo en raras excepciones, nunca perdió las formas con ellos ni consintió que nadie bajo su mando se excediera en la contundencia de los interrogatorios habituales. Por todo ello, ha ido granjeándose fama de señor, de sabio, de ser humano apegado a sus costumbres: “como los animales”. En ocasiones, recuerda esta equiparación en un ejercicio saludable que desintoxica el ego cegado por el espejismo de que la juventud, la suerte, la salud, el poder son eternos y no pierden pujanza.

Siempre le ha gustado la mañana; entre otras cosas porque, a menudo, la mañana le ha desvelado las claves de los enigmas que las mentes de los buenos policías disciernen durante el sueño. Le ha ocurrido infinidad de veces. Piensa en ello mientras trocea con sus dedos la mitad más mollar del bollo de pan de soja recién tostadito que Teresa, la camarera de la cafetería – panadería “La Molinera”, en la plaza del Carmen de Madrid, le ha servido, según costumbre. No tiene que pedirlo: café con leche y un bollito de pan de soja, bien tostado; come la mitad untada de aceite y azúcar, y el resto, en raciones diminutas como pellizquitos de monja, lo echa a los gorriones que acuden jubilosos y voraces. Se llevan bien los gorriones y don Luis. El mismo trueque mañana tras mañana: para los pájaros, el rico pan tostado; para el comisario, la alegría que le dan a raudales en sus rápidos vuelos de agradecimiento.

“Mi pan por vuestra alegría. Salgo ganando.”

A veces se le iba el santo al cielo y llegaba tarde a la comisaría, porque estando en la cita matinal con el gentío pajarero le venían las luces que necesitaba en sus investigaciones. Era como si los benditos gorriones tuvieran hechuras y olfato policíaco y, picotazo a picotazo, le ayudaran a aquel hombre bueno de cara seria y gesto circunspecto.

Pero ya no llega nunca tarde; ni a la comisaría ni a ningún otro lugar, porque nadie lo espera, el comisario Ridao se jubiló el año pasado. De modo que se entretiene a sus anchas agradeciendo que Teresita le dé carrete cuando a eso de las once, afloja el tirón de los desayunos.


SEIS


No cabe duda de que “El Begoño”, es uno de los motes más ajustados a derecho y verdad. Juan Sánchez Román, fue un estudiante aplicado, el primero de la clase siempre. Don Fulgencio solía ponerlo como ejemplo, y, por reiterada, tal predilección fue haciéndolo antipático a los ojos de sus condiscípulos en la misma medida en que acrecía su autosuficiencia. El padre quiso que aprendiera su oficio, calafate, pero Juanito sintió siempre que había nacido para mayores retos culturales fuera de aquel lugarejo perdido en el mapa donde daba asco vivir, porque por cada día bueno salían tres malos, de viento violento a menudo, que parecía verdad que allí daban la vuelta todos para seguir su camino impredecible más allá de la línea lejana que llaman horizonte. Tenía decidido huir y eso hizo en cuanto pudo, dejando a su progenitor con las ganas de transmitirle los conocimientos del muy noble oficio de carpintero de ribera. Sería abogado, y de los buenos, de los que ganan siempre a golpes de fina y desbordante oratoria.

-    “Con la venia, señoría”

La frase previa con que  Gregory Peck, el abogado defensor en “Matar un ruiseñor”, inicia sus intervenciones, lo fascinó ya la primera vez que vio la película, y sigue fascinándolo.

-    ?Qué película es esa?

-    Una  en la que Gregory Peck salva de la horca a un loco que había...

-    ?El loco se llamaba Robert Duval?

-    Sí, el consejero de Marlon Brando.

-    ?Marlon Brando también sale en la del ruiseñor?

Hay que estar muy puestos en el tema para aclararse. O tener mucha paciencia, virtud  de la que carecía Juan el Begoño; por lo menos, a la hora de hablar de cine con sus vecinos de la Esquina del  Viento; y es que ya de jovencito se las daba de excelente cinéfilo.

-    A lo que vamos.

Se fue, como quería, a la capital. A parecer, llegó a matricularse en la Facultad de Derecho de Granada. No hizo demasiados amigos; debió influir en ello su inestabilidad de ánimo. Como un péndulo, pasaba de la soberbia inocultable, a la timidez enfermiza en que lo sumía un sentimiento de inferioridad que hasta entonces no había experimentado. Porque, no es preciso decirlo, aquel no era el mismo ambiente de su infancia y pubertad. No encontró los apoyos que da el afecto; y que, probablemente,  había nacido y crecido con el germen de la insania del viento; siempre lo llevaría consigo.

-    ?El germen dice? Ni que tal cosa fuese una planta.

-    No tiene por qué serlo. También puede referirse al principio u origen de alguna cosa material o moral.

-    Habla usted como un erudito.

-    A todo afecta y todo compone el ecosistema.

-    Lo típico del sitio, ?no?.

-    Por ahí vamos.

El verano estaba siendo de aquí te espero. Los mozos de La Esquina asumían que los veraneantes iban a lo suyo sin mezclarse con la masa local, manteniendo las distancias e impidiendo que los nativos osaran pasar la línea. Eran dos mundos que la estación estival juntaba pero no integraba.

-    “Begoña, quiero follaaaarrrteeee!”.

Frisaba en los dieciocho años cuando le dio el primero y definitivo ataque de locura. ?Pobre Juanito!. Le costaba una enormidad quedarse en la frontera que el resto de sus paisanos aceptaba, siguiendo la costumbre; él pertenecía a la elite que representaban los veraneantes -“Con la venia, señoría”- y, además, aquella preciosidad provocaba en su organismo ríos desbordantes de testosterona.

-    “?Begoña, que te fooollooooo!”.

Sus gritos de poseso resonaron durante mucho tiempo en los oídos de quienes había en aquel baile o lo miraban desde la puerta de la terraza como quien mira un escaparate lleno de frutas prohibidas. Unos y otros se quedaron boquiabiertos; los chicos se identificaron absolutamente con él porque ante una moza como aquella, lo normal era volverse loco.

-    “?Ven a que te folle, Begooooññaaa!”.

De allí, camisa de fuerza y al sanatorio psiquiátrico de Cádiz donde, una vez examinado concienzudamente, los especialistas le diagnosticaron  paranoia esquizoide .

-    ?No era al revés?

-    ?Esquizofrenia paranoide?

-    Sí.

-    Pues, puede ser. ?Y eso?. Algo muy jodido, incurable, dicen. ?Qué más da?.

-    Ya, claro. Pero el rigor científico es el rigor científico.

Desde entonces, fue de rigor llamarlo con el bien ganado sobre nombre de El  Begoño.

La Esquina del Viento no era el mejor sitio del mundo pero, probablemente, los hay peores. Pesca no falta, por ejemplo. A pocas millas, los barcos de los pueblos colindantes suelen encontrar lo que buscan en un caladero feraz como un inmenso campo de buen trigo. Tanto y desde tan antiguo, que en lugar de, o además de La Esquina del Viento, le vendría bien el nombre de “La Gran Avenida” en referencia a lo que podríamos llamar, trashumancia marina. Por ahí pasan grandes cetáceos y muchas clases de peces migratorios –como las aves, sí- según que deban buscar las aguas más templadas y saladas del Mediterráneo, para procrearse, o salir, ya adultos, a la inmensidad oceánica.

Juan Sánchez Román, El Begoño, debió reciclarse porque lo que le dio, le dio para mucho tiempo. Estuvo bastantes años recluido en lo que hoy conocemos como Centro de Salud Mental y antes se llamaba manicomio. Más tarde, se le permitió pasar cortas temporadas en casa de los padres y, visto el resultado que ello tenía en su comportamiento, los doctores determinaron que para la enfermedad de aquel paciente, ningún sanatorio mental más adecuado que La Esquina, donde quien más quien menos, y sálvese quien pueda, todos andan tocados por el mismo mal.

-    O por el mismo bien, vaya usted a saber.

-    Pues ahora que lo dice...

-    ?A ver!. Aquí nadie se mete con nadie y todos llevan el pensamiento puesto en algo que no hace daño al vecino ni estropea la chaveta propia más de lo que ya está.

-    ?Mal de muchos consuelo de locos?.

-    Locos pero no tontos. ?Estamos?

-    Estamos.

En aquella primera fase de su “reinserción” anduvo desasosegado y discutidor. Cualquier mirada, palabra o gesto podía dar lugar a una reacción verbal absolutamente desproporcionada e incontestable por disparatada. Eso sí, el comienzo de aquellas discusiones era siempre el mismo: “?Con la venia!”. Luego, y como quiera que sus paisanos le hacían el caso que a la lluvia o el viento, optó por encararse con cualquier objeto o cosa, de su pertenencia o no, soltando por esa boca las más absurdas peroratas a modo de inacabables alegatos..

Hoy en día, podría decirse que aquellos afanes han sido superados, a Dios gracias. Sólo de cuando en cuando le da el punto de abogado defensor, y así, ya es soportable, incluso, de agradecer; después de todo, no deja de ser un lujo tener en la comunidad a un orador tan “brillante” y convincente como Gregory Peck.

Pero su talento se proyecta ahora en la investigación de los fondos marinos aledaños, ya sean pecios, especies  de peces características de la zona, bancos de plancton, corrientes a que da lugar el trasiego de aguas por el pasillo del Estrecho del Gibraltar... Ya maduro, descubrió también –de tal palo tal astilla- su nunca aceptada vocación de calafate, lo que satisfizo mucho al padre. “Más vale tarde que nunca” –pensó, viendo compensados los años de sufrimiento que la desgracia del único hijo les había ocasionado.

          SIETE

Colmado y desbordado el vaso de los cuarenta, la famosa Emiliana de la Loma es una mujer madura cuya ambición depredadora ha aumentado con los años. Reconociendo en su fuero interno que su talento para el periodismo no era ni llegaría a ser excepcional, basó su estrategia hacia el éxito, en la servidumbre clamorosa a los partidos políticos gobernantes a nivel nacional o autonómico. De tal modo que obedeciendo los dictados de Psoe o Convergencia y Unión, se aseguraba el predicamento y las prebendas con que el poder suele pagar semejantes fidelidades.

Acaba de saber que ha sido aceptada su petición de emitir en directo el espectáculo de Raulito Peláez en Punta Cárdena. Es una excelente noticia porque al ser la productora del evento le  van a quedar sustanciosos beneficios; además, siendo la presentadora y directora, ?quién le va a impedir arrogarse el mérito de haber creado el mayor suceso discográfico de los últimos años?

No hay tiempo que perder, el sábado está a la vuelta de la esquina.

Reunido el equipo de guionistas y productores que preside, buscan lo que debería ser el impacto emocional de la gala.

-    Hay que darle mucho protagonismo a la madre y abuela –comenta Mandy.

Mandy Cirera es vasca, inteligente y cobista; tan cobista como convenga a su afán de medrar. Tiene la misma madera que su jefa pero no siendo agraciada como ella, encamina sus pasos hacia un puesto lo más relevante posible en las tareas de producción y dirección de programas.

-    ?Y al padre? –Julita Marín, la becaria, también quiere hacer méritos.

-    No tiene – Mandy mira a Julita como se mira a un insecto; goza demostrando que está por encima de la nueva.

-    O tiene más de uno.

Quien habla ahora es Policarpo López, antiguo telefonista venido a más gracias a su descaro e impiedad en los programas de corazón, tan de moda, donde no deja títere con cabeza.

-   

OCHO

– LA MADRE DEL ARTISTA-

Ya en los años de su juventud, Pepa la Chana fue fea, no tanto de cuerpo como de cara, y alegre, con una alegría despreocupada, descarada, procaz incluso. Alguien le había dicho, su madre debió ser, que las feas tenían que tomar la iniciativa a la hora de buscar novio estable u ocasional, y que tenían que hacerlo sin pérdida de tiempo porque la vida son dos días y la juventud un cuarto de hora.

-    Que no se te pase el arroz, hija. Caldosito y en su punto.

-    ?Y si me llaman casquivana?

-    Que tengan razón.

-    Preferiría ser una mujer virtuosa.

-    Tú verás. Pero si te aprieta mucho el zapato...

-    ?A qué se refiere, madre?

Así de cándida, respetuosa y leída era Pepita púber. Pero la madre tenía razón. No tardó en darse una idea de lo que significaba la metáfora del zapato, y en comprender, de paso, que tenía que ser ella quien llevara el cántaro a la fuente. De modo que, visto lo visto, se aplicó el cuento con pocas reservas espirituales dejándose guiar por el kamasutra, su libro de cabecera desde entonces. Así llegó pronto a ser una mujer virtuosa si bien, no en la forma y medida que, ingenuamente, había considerado años atrás. Su virtuosismo fue reconocido por numerosos mozos y maduros de buen ver, hombres casados también –a ninguno hacía ascos- cuyas esposas tomaron medidas contra la fea, no tanto de cuerpo como de cara, sobre todo cuando los maridos les pidieron en el tálamo prestaciones extraordinarias. Es verdad que las novedades inducidas por La Chana aderezaron y amenizaron las rutinarias relaciones sexuales de sus convecinas; aún así, le dijeron de todo, y más de una llegó a las manos con ella. La fea no se arredró jamás, de tal suerte que las que venían a escaldar, a veces se iban escaldadas. Tuvo siempre el respaldo de la madre para quien los desahogos de su Pepa eran una pequeña compensación por lo que la naturaleza le negó en la nacencia.

Hoy en día, ya madura, mantiene abierta la puerta de su dormitorio, aunque ha perdido gran parte del entusiasmo que le ayudó a aprender tanto en tan poco tiempo. No obstante, nadie queda insatisfecho, pues el oficio es el oficio y La Chana tiene  a gala conocer el suyo perfectamente. Pero, traspasado el umbral de los cuarenta, y viendo el deterioro de la madre defensora, presiente que vienen malos tiempos de soledad. Por ello, y porque su comportamiento más que agraviar al prójimo ha pretendido un cierto desagravio propio, lleva tiempo intentando contemporizar con sus paisanas.

-    En realidad tendrían que estarle agradecidas.

-    Eso, eso.

-    A ella le deben saber lo que no hubieran sabido sin las referencias con que la fea ilustró a los maridos.

-    O sea, que las esposas salieron ganando, dice usted?

-    Sin duda. Todos ganaron con los favores de La Chana.

-    Y también con las orientaciones del kamasutra.

-    Sin duda, sin duda.

Porque quiso, tuvo un hijo, su vivo retrato.

“Menos mal que se parece a ella” –pensó más de uno.

Nadie le ha sacado el nombre del padre, ni siquiera la madre, es decir, la abuela de la criatura. Puede que en realidad no lo sepa. Hace veinte años –los que tiene el chaval- los lances sexuales se producían sin apenas solución de continuidad. La mejor forma de averiguarlo, y quizás la única, sería el análisis del ADN.

-    ?Qué escándalo!

-    Sí, porque la gran mayoría de los hombres de La Esquina pasaron por sus sábanas.

-    Todos tendrían que pasar ahora por el juzgado.

-    ?A ver!

-    Mala idea, si La Chana busca “buen rollito” con las cornudas.

-    No es de esperar que le dé por semejante cosa.

-    Claro que si un día el chico quiere saber...

-    Tendría derecho.

-    Estamos de acuerdo.

Dicen que por muy promiscua que sea una mujer, sabe qué macho la ha fecundado. Si tal afirmación es o no discutible, no viene al caso. Pero lo cierto es que la virtuosa casquivana –a mucha honra- tuvo siempre la sensación de que se había cumplido su deseo. Una sensación que fue convirtiéndose en convicción a medida que Raulito Peláez, así se llama el vástago de la rabiza –?quiere usted decir, el hijo de la puta?- fue mostrando los rasgos de su personalidad. De niño no era muy hablador, por ejemplo; aunque le gustaba cantar, eso sí. Ya entonces, se sintió atraído por la geografía y, siendo tan poco agraciado de cara como la madre, hay en su mirada una vaga impresión de lejanías, la querencia de mil caminos, el conocimiento heredado de los paisajes, huecos y esquinas donde nacen o por los que pasan todos los vientos.

-    Oiga, qué bonito y bien traído eso  de los paisajes por los que pasa el viento.

-    Viendo al chico, cualquier observador medio poeta hubiera hecho entonces esta descripción.

-    Pelín cursi a lo mejor, ?no?

-    ?Debiera suprimirla acaso?

-    No, déjela. Pero tenga cuidado con su propensión al lirismo de medio pelo.

Como el viento. Así pasaron los hombres por el cuerpo de La Chana; igual que el viento cuya erosión se nota a la larga. Así también quiso pasar ella por los hombres, sin  detenerse, sin el anclaje de un recuerdo. Sólo una vez, sólo a uno de esos hombres miró la fea con el deseo de abrigarse en su abrazo. Pero no se lo dijo pues estuvo segura de que no era menester.  Como no sería menester explicar que ambos estaban predestinados a ser los padres de quien andando el tiempo llegaría a tener gran notoriedad.

 

 

NUEVE

JACINTO EL SUICIDA

 

El punto de locura lo traen en la masa de la sangre y del alma. Debe ser, porque los habitantes de La Esquina del Viento, tienen un árbol genealógico común. De modo que unos y otros son ramas y serán raíces del mismo tronco. Está por ver quienes fueron los padres fundadores de una comunidad de individuos tan peculiares. El caso es que, el viento por un lado y la endogamia por otro, traen y llevan alterada la chaveta a esta buena gente, en mayor o menor medida, generación tras generación. Y si los rasgos físicos orientan sobre la pertenencia a una determinada familia, también lo hacen en esta esquina del mundo que es La Esquina  del Viento, las propensiones hacia una u otra forma de alocamiento.

Jacinto, El Suicida confirma esta regla general. Los suyo es andar diciendo que cualquier día va a acabar como su abuelo Paco. El abuelo de Jacinto se ahorcó con mucha guasa. Ocurrió una tarde de verano, el día habría sido muy caluroso, probablemente. Como solía hacer a menudo, fue a darle agua a las lechugas del pequeño huerto familiar que estaba a  un tiro de honda, o dos, de las casas pegadas a la orilla del mar. Como tardaba en regresar, la mujer se echó al camino en su busca. Lo encontró colgado de una higuera. Había dejado una nota escrita con letras grandes; no estaba muy acostumbrado a ese menester: “Se acabó. Ya no riego más. A la mierda las lechugas” La mujer, Ana María Pernales, estuvo relatando el hecho durante muchos años, a requerimiento de los vecinos que, incrédulos al principio y coñones después, fueron propalando lo sucedido por toda la zona, convirtiendo a Paco el Suicida en toda una celebridad.

-   Fue notorio, sí señor.

-   Claro. Oiga, ?y qué pasó con las lechugas?

-   No consta ese detalle.

-   Dicen que es comida de eunucos.

-   Cuánto sabe usted.

-   Las lechugas tuvieron que ver con aquella muerte, seguro.

-   Póngase a investigarlo. Yo sigo leyendo.

Tal vez con el afán de emular a su antepasado, Jacinto anda en esa querencia; lleva tiempo intentándolo sin el debido y suficiente éxito. “Es que soy muy tonto. Soy tan tonto que no soy capaz de matarme”

 

 

Arsenio Morales usa bicicleta porque le gusta hacer ejercicio y porque su colega, el cartero de Pablo Neruda le robó el corazón, o se lo llenó de orgullo, no sabría decir. “Gente así –pensó después de ver la película- hace que le tomes cariño a este trabajo”. Disfruta pedaleando cuando toca bajar al anejo marinero de Punta Cárdena pues tiene la certeza de que esos locos maravillosos están hechos con la misma mimbre de aquel cartero italiano, con idéntica bondad y sensibilidad.

Se organiza, de forma que lo primero que tenga que hacer ese día sea repartir la correspondencia en La Esquina. Madruga, y allá va, bien abrigado porque al ser de día hace frío, venteando como un perro feliz que huele a la hembra o al amo; él huele la mar, más cada metro, cada empujón de pedal. No hay nada comparable al placer gratuito de aspirar el aroma de la mar en primavera.

-    ?Por qué será, señor Begoño?

-    ?Con la venia. ?Por qué va a ser, ignorante? En primavera, la vida eclosiona también en el fondo del mar.

-    Y ?qué quiere decir eclo... qué?

-    ?Qué paciencia hay que tener, señoría!

Hace rato que ha amanecido, ya está la luz en franquía. El cielo azulea aunque el sol aún no ha dejado de ser una naranja descomunal.

Arsenio Morales es simplemente Arsenio para los esquineños. Se le quiere por su diligencia y buen talante, también por la condolencia de su gesto cuando tiene que entregar multas o cartas de Hacienda. Son detalles de “buena gente”; como el de identificarse con ellos si llega la ocasión de aceptar o no que los del caserío de la costa usen su propio gentilicio, cosa que a los “capitalinos” de Punta Cárdena no les parece conveniente por si después de esa reivindicación viniera otra.

-    La segregación, por ejemplo.

-    Por ahí van los tiros.

-    Es un decir, ?no?

-    Es un decir. Sería un disparate que pidieran ayuntamiento propio.

-    Ya ves; para cincuenta o sesenta vecinos nada más.

-    Y habiendo sólo cinco kilómetros de por medio.

No hay por qué temer tal cosa. Ni remotamente ven necesaria esa división administrativa. Sin embargo, les duele que el alcalde y los convecinos de Punta Cárdena no sean receptivos ante esta demanda que ellos consideran legítima. Porque además, aunque la distancia sea tan poca, hay rasgos diferenciales. En el hablar, por ejemplo. Los de arriba parecen tener menos prisa, vocalizan como si masticaran las palabras o estuvieran intentando tender una trampa al interlocutor, viéndolo venir en lo que calla; son recelosos por naturaleza, y pícaros. Dicen “ahí está” en lugar de “sí”, y “?ande va’h”?, por “no”; los de abajo, “vaya”, por “sí” y “d’eso ná” por “no”; los de arriba, “anda con Dios”, por “adiós”; y por el mismo “adiós”, los de abajo usan un simple “eeeh”, acompañado de un leve movimiento ascendente de la mano derecha. Etc.. Los de abajo economizan las palabras, se apañan con frases más cortas, seguramente porque al tener la cabeza en aceleración constante, piensan más deprisa; con eso y con el manejo de los ojos, les basta. Saben antes que los de arriba si quien les habla ha llegado ya o está de camino. El acento también es diferente. Casi monocorde, arriba; tonificante y juguetón como un pizzicato, abajo. En definitiva, no es lo mismo haber nacido y crecido tierra adentro, al amparo de la montaña, que en primera línea de mar donde, unidos el viento huracanado y el levante, forman un escándalo de no te menees. Son esas ocasiones en las que más de uno y de dos, preferirían ser completamente sordos. No hay otra posibilidad de evasión.

El caso es que ni unos ni otros, puntacardeños y esquineños, están dispuestos a litigar por sus respectivos derechos a propósito del gentilicio, sabiendo como saben que nadie dará su brazo a torcer. El cartero está de parte de los de abajo. Le parece que su tozudez tiene un cierto eco de patio de colegio, de cosa conmovedora aunque baladí, y que, en todo caso, es  propia de una idiosincrasia singular que sería justo reconocer.

En esas está su cabeza yendo en bicicleta a La Esquina del Viento. Va despacio y con el ánimo en buena disposición, como siempre. Se ha puesto la gorra al revés, en un intento de evitar que el aire le gaste la broma de quitársela. Para un cartero tan vocacional como él, lo de la gorra es asunto serio. Los otros compañeros de la estafeta no la usan, en realidad ninguno está obligado a hacerlo, pero Arsenio se siente desnudo sin ella, es su uniforme, y tiene muy claro que es la de un simple cartero de pueblo; no es una gorra militar, no hay escalafón a la vista, no impone obediencia; tampoco es la que corona la indumentaria de lacayo del portero de un hotel de gran lujo, cuya mano enguantada está siempre atenta y dispuesta a llevarse calentita la propina. La gorra de Arsenio brinda y significa un compromiso de servicio público asumido de buen grado, con dignidad.

Ya llega a la casa de Pepa La Chana. Le lleva carta del hijo.

 

SEIS

 

A la edad que tiene, comienza a sonarle mal el diminutivo. Preferiría que lo llamasen Raúl, Raúl Peláez Celentano. Peláez Celentano son los apellidos de su madre; y los de su abuela, que tampoco se casó; no por fea sino porque se planteó la vida como una partida de emoción permanente en la que cada día debía tener su envite propio y, a ser posible, su hombre propio. Se llama Catalina. Conserva el gancho de la sonrisa que utilizó tan bien en el póker sintético para esconder los faroles. La sonrisa y la mirada recuerdan a la madre napolitana más que al padre lucense.

Raulito le tiene el apego normal a la abuela que hasta la fecha lo ha tratado con mucho cariño. No le reprocha la vida licenciosa que ha tenido. Lo de su madre es otra cosa. No puede olvidar la vergüenza que le daba que los compañeros del cole se metieran con él a cuenta de la popularidad de La Chana. Ser nieto e hijo de solteras, de tal palo tal astilla, no le molesta. Pero lleva en la memoria el rítmico chirriar de la cama de su madre y los jadeos provenientes de la habitación contigua. Nunca se hizo a ello a pesar de la frecuencia con que se repetía el concierto. Aquellos insomnios de la infancia están marcando su adolescencia tanto como el hecho lamentable de su fealdad. Su sensualidad, no se ha definido bien; ni del todo; puede decirse que todavía navega entre dos aguas.

-    Acabo de hacer café. ?Una tacita?

De natural solícita, Pepa recibe al cartero con especial afecto.

-    Se agradece. Buenos días doña Catalina –saluda a la madre que ha salido al oír el timbre de la bicicleta y la voz del recién llegado.

-    Buenos días guapo –genio y figura-

 


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